Al principio no entendí nada de aquel sueño. Si es que podemos llamarlo sueño, porque quizás fuese más correcto llamarlo ensoñación introspectiva.
Lo único que sé es que cuando el punto blanco se cerró sobre si mismo, salí de la cama, recogí mis cosas y me largué de aquella casa inmunda que el sinvergüenza de Canuto tenía la poca decencia de llamar escuela. Ni siquiera me despedí de Mediahostia.
Cogí el primer autobús que salía de la estación y unas horas después estaba en Barcelona, donde, por cabronadas del destino, no conocía a nadie. Así que pasé unas semanas pernoctando en los cajeros, hasta que un día, por azar, coincidí en unos urinarios públicos con alguien que iba a cambiar mi vida.
Sí, ya sé que si os cuento que he conocido a alguien en los urinarios públicos, la mayoría pensaréis que el conocimiento es de cierto tipo. Me da igual lo que penséis, lo cierto es que necesitaba ayuda y Onan Duglugu (a quien días después yo salvaría de morir ahogado) me la prestó.
Onan era turco y pajillero. Conocía todas las casas de masajes del Raval y me consiguió un puesto de mamporrero en cierto tugurio del barrio. Ese fue el inicio de una carrera meteórica que culminaría meses después con la inauguración de mi propia casa de masajes Masajes Onan. Vale, no era sólo mía, Onan y yo éramos socios, y si bien era cierto que él tenía la mayoría de las acciones, yo tenía la llave del éxito: mis manos prodigiosas.
Entonces entendí aquella introspección ensoñativa. Con sólo untarme un poco de aceite en las manos, yo podía conseguir auténticas maravillas.
4 comentarios:
Esto es mejor que Lost!
¿Quieres decir que estás tan perdido como en Lost?
Bufff, por un momento, cuando ha entrado en los urinarios públicos, he imaginado que iba a encontrarse con George Michael...
En realidad, se me ha olvidado mencionar que Omar Dugluglu se parecía un poco a George Michael.
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