El más viejo del lugar, de nombre Clodomiro, degustó los quince segundos de gloria con que el realizador le obsequió mediante un plano fijo que se recreaba en las profundas arrugas de su rostro, metáfora de la experiencia acumulada a lo largo de los años por el anciano.
- Ni de coña. –Rompió la magia del momento de un brochazo- Ni de coña fue como dice el chaval. Pero… -sonrió con malicia-, ¿puede ser una caja de Montecristo?
- Sí, hombre, y te me pules los beneficios. ¿No te vale un manojo de caliqueños?
- Venga ese manojo.
Clodomiro miró hacia el cielo como quien evalúa la posibilidad de una repentina tormenta, pero en realidad estaba evocando recuerdos lejanos. O eso, o el viejo es un peliculero, cosa que no cabe descartar.
- Todo ocurrió hace tantos años… Yo todavía era un chaval. Tendría más o menos la edad de este sinvergüenza –señaló a su discípulo-. El ferrocarril era todavía una quimera. Bueno, no; no exactamente una quimera… Era una promesa, una de esas promesas que uno no sabe cuándo se van a cumplir, que la gente va tomando a rechifla. ¿Cuándo me vas a pagar lo que me debes? Cuando pongan la vía, era una broma recurrente.
Ximenes se tranquilizó cuando comprendió que Clodomiro no se refería a él al hablar de esa deuda. El caso es que no recordaba la mayoría de las deudas que había contraído en sus innumerables borracheras y el viejo podría estar hablando perfectamente en serio.
- Uno de los casos más curiosos fue el de la familia Peláez –prosiguió Clodomiro con su relato-. La familia había visto como le expropiaban unos terrenos colindantes con su chabola con la excusa de que la vía había de pasar por ellos. El patriarca prometió entonces que no instalaría el WC que tan insistentemente le pedía el resto de la familia hasta que el tren pasase por los terrenos expropiados. A cagar a la vía, decía con chulería don Manué cada vez que alguien le preguntaba por el sanitario. Como es habitual, la frase cobró popularidad con la rapidez de un reguero de pólvora encendida, y en pocos meses se podía escuchar en cualquier rincón del Cabanyal.
- Increíble –dijo Ximenes maravillándose de la sabiduría del anciano Clodomiro.
- El caso es que la expresión llegó a Madrid y el ministro responsable de obras públicas, molesto por la rechifla, se encargó de que en pocas semanas las vías se instalaran y el tren pasara por ellas. No obstante, don Manué aún tardó en contruir un retrete para los Peláez y repetía sardónicamente la frase A cagar a la vía cada vez que alguien le recordaba el tema.
Ximenes entregó de mil amores el manojo de caliqueños a Clodomiro. Y no sólo eso. Le invitó a un vermú y unas habas en Casa Montaña. Esa noche en el bolsillo de Ximenes había cincuenta euros de trinqui. A la mañana siguiente, ya no quedaba ni rastro de ellos, a menos que consideremos la sideral resaca que retumbaba en su caja encefálica como rastro de los 50 euros.
1 comentario:
Ah, los Peláez, que gente más maravillosa...
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