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Impresionante. Los pelos se me van a saltar.
Jesús Puente entrevistando a Aníbal Barca y Atila en Tu Media Naranja:
JP: ¿Cómo se conocieron?
AB: Bueno, yo llegaba con mi circo a Roma y justo cuando me estaba yendo de la ciudad vi a Atila arrasando los Apeninos.
A: El flechazo fue instantáneo.
AB: Y cayó entre mis brazos.
A: Caíste TÚ entre mis brazos, guapo.
AB: Bueno, vale, es cierto… pero al menos yo puedo recibir sangre de cualquier grupo sanguíneo.
A: Ahí me has dao… positivo.
¿Por qué los turistas, cuando regresan de sus vacaciones, al salir de la puerta de embarque en el aeropuerto, siguen llevando esos ridículos sombreros? ¿Es un desesperado intento de prolongar el tiempo de asueto? ¿Una manera, acaso, de tratar de retrasar al máximo el ingreso en la gris rutina del cotidiano acontecer?
Nací y crecí. No mucho, es cierto. Digo que no crecí mucho, nacer nací todo lo que tenía que nacer. Es decir, que no se quedó nada dentro del vientre de mi madre. Estaría bueno que se me hubiera quedado la mano dentro del vientre de mi madre. ¿Con qué escribiría esto? Bueno, podría escribirlo sólo con la mano que me hubiese quedado pegada al cuerpo. Peor hubiera sido que naciera sin las dos manos, pues entonces tendría que haber tecleado esto con la nariz. Pero si tampoco hubiese nacido con nariz quizás hubiera tenido problemas. De todas formas, algo siempre me olió mal, aunque no sé identificar exactamente qué. En todo caso, hubiese estado bien nacer sin nariz. Es decir, podemos respirar por la boca. Y el olor es algo que está sobrevalorado. No sirve de mucho. Vale, hay algunos olores buenos que son agradables de oler, pero en general el olfato es algo que provoca más sensaciones desagradables que agradables. Que se lo pregunten a los daneses, que por culpa de Shakespeare, tienen la constante sensación de ser comparados con huevos podridos. Lo cual no es muy agradable. Os lo puedo asegurar, porque a mi, aunque nunca me han comparado con un huevo podrido, una vez me compararon con el vinagre y la verdad es que no es nada agradable. Decía que no crecí mucho, con lo cual muchos de vosotros ya habréis deducido que soy bajito. Bien, siento decepcionaros: mido 2,21 m. Lo que pasa es que crecí poco rato. Cuando tenía 14 años medía 1,50; cuando tenía 15 años medía 1,50; cuando tenía 16 años medía 1,50; cuando tenía 17 años medía 1,50; cuando tenía 18 años hice la mili… fue entonces cuando pegué el estirón. Se suele decir que muchos jovencitos españoles siguen creciendo hasta que hacen la mili. Lo malo de que el servicio militar ya no es obligatorio… con lo cual, ¿hasta cuándo siguen creciendo esos jovencitos? ¿Siguen creciendo indefinidamente? ¿El final del servicio militar obligatorio ha provocado un ataque de elefantiasis entre los jóvenes españoles?
Cierto que su invento no parece muy útil a priori.
Sin embargo, a poco de haber tenido un poco de mejor vista en el diseño podría haber vendido alguna más.
El hecho de que la gente tuviera dificultades para distinguir entre el dígito del diez y el signo de la multiplicación tampoco contribuyó a que la comercialización del artículo fuese un éxito.
El más viejo del lugar, de nombre Clodomiro, degustó los quince segundos de gloria con que el realizador le obsequió mediante un plano fijo que se recreaba en las profundas arrugas de su rostro, metáfora de la experiencia acumulada a lo largo de los años por el anciano.
- Ni de coña. –Rompió la magia del momento de un brochazo- Ni de coña fue como dice el chaval. Pero… -sonrió con malicia-, ¿puede ser una caja de Montecristo?
- Sí, hombre, y te me pules los beneficios. ¿No te vale un manojo de caliqueños?
- Venga ese manojo.
Clodomiro miró hacia el cielo como quien evalúa la posibilidad de una repentina tormenta, pero en realidad estaba evocando recuerdos lejanos. O eso, o el viejo es un peliculero, cosa que no cabe descartar.
- Todo ocurrió hace tantos años… Yo todavía era un chaval. Tendría más o menos la edad de este sinvergüenza –señaló a su discípulo-. El ferrocarril era todavía una quimera. Bueno, no; no exactamente una quimera… Era una promesa, una de esas promesas que uno no sabe cuándo se van a cumplir, que la gente va tomando a rechifla. ¿Cuándo me vas a pagar lo que me debes? Cuando pongan la vía, era una broma recurrente.
Ximenes se tranquilizó cuando comprendió que Clodomiro no se refería a él al hablar de esa deuda. El caso es que no recordaba la mayoría de las deudas que había contraído en sus innumerables borracheras y el viejo podría estar hablando perfectamente en serio.
- Uno de los casos más curiosos fue el de la familia Peláez –prosiguió Clodomiro con su relato-. La familia había visto como le expropiaban unos terrenos colindantes con su chabola con la excusa de que la vía había de pasar por ellos. El patriarca prometió entonces que no instalaría el WC que tan insistentemente le pedía el resto de la familia hasta que el tren pasase por los terrenos expropiados. A cagar a la vía, decía con chulería don Manué cada vez que alguien le preguntaba por el sanitario. Como es habitual, la frase cobró popularidad con la rapidez de un reguero de pólvora encendida, y en pocos meses se podía escuchar en cualquier rincón del Cabanyal.
- Increíble –dijo Ximenes maravillándose de la sabiduría del anciano Clodomiro.
- El caso es que la expresión llegó a Madrid y el ministro responsable de obras públicas, molesto por la rechifla, se encargó de que en pocas semanas las vías se instalaran y el tren pasara por ellas. No obstante, don Manué aún tardó en contruir un retrete para los Peláez y repetía sardónicamente la frase A cagar a la vía cada vez que alguien le recordaba el tema.
Ximenes entregó de mil amores el manojo de caliqueños a Clodomiro. Y no sólo eso. Le invitó a un vermú y unas habas en Casa Montaña. Esa noche en el bolsillo de Ximenes había cincuenta euros de trinqui. A la mañana siguiente, ya no quedaba ni rastro de ellos, a menos que consideremos la sideral resaca que retumbaba en su caja encefálica como rastro de los 50 euros.
Phil Spector tuvo na infancia muy difícil. Cada vez que le llamaban por su nombre y apellido Phil escupía a la gente. A él le hacía mucha gracia esa broma, pero cuando se la hizo a su profesora en la Santa Rosita Primary School se llevó un castigo de padre y muy señor mío. Ese castigo no fue otro que estar toda el día de rodillas y cara a la pared, con tan mala suerte de que al otro lado de la pared estaban de obras y el ruido era insoportable. A esa pared frente a la cual Phil pasó muchas horas la bautizó el chaval como el muro de sonido...
- una cantidad considerable.
- a punta pala.
- a cascoporro.
- un montonaco.
- mogollón.
- una jartá.
- pa parar un tren.
- no te los terminas.
- un trillón de millones de billones.
- n elevado a infinito.
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