La sección dedicada a la defensa de los colectivos tradicionalmente maltratados por la sociedad. Hoy dedicaremos esta sección de utilidad social a los camareros madrileños.
Casi todo el mundo odia a los camareros madrileños pero las razones aparentes para ello, una vez analizadas con cierto rigor, se desvelan insuficientes para justificar esa animadversión de la que son objeto los profesionales de la bandeja y el madroño.
Así pues, en esta sección nos encargaremos de sacar a la luz las razones por las cuales los camareros madrileños merecen tanto cariño y reconocimiento social como cualquiera de nosotros (en general, no este pobre juntaletras en particular). Y, si no lo conseguimos, al menos esta sección servirá para que si alguno de nuestros lectores está intentando ligar con alguien y se pone a parir a los camareros madrileños y resulta que ese o esa alguien le espeta un “Pues mi padre es camarero madrileño”, pueda solventar la papeleta y salir del brete con torería y valor.
Introducido el tema, ataquémoslo de una vez por todas, ¡maldita sea!
Sobre los camareros en general recae la dudosa fama de que son más chulos que un ocho.
Sobre los madrileños en general recae el dudoso honor de ser más chulos que un ocho.
Nuestros oyentes son lo suficientemente inteligentes como para deducir que sobre los camareros madrileños recaerá dura labor de ser más chulos que un dieciséis.
No es fácil, como podrán imaginar nuestros oyentes, ser un camarero madrileño, exhibiendo su chulería todo el día sin un solo momento de descanso. Es duro, muy duro.
No es nada sencillo caminar por detrás de la barra sabiéndose poseedores de la verdad absoluta. Es una carga muy pesada, casi tanto como la que Frodo se ve obligado a portar en El Señor de los Anillos.
No hay nada que les gustaría más a los camareros madrileños que aceptar que el cliente siempre tiene la razón. Darían todo lo que tienen por aparcar esa prepotencia que les hermana con los árbitros de fútbol y poder pronunciar frases como “Muchas gracias, que tenga un buen día” o “¿Qué desea?”. Pero no es posible.
Con gran dolor de corazón se ven obligados a mantener su fama de chulos y maleducados y a seguir poniendo los bocatas de lo que les sale de los cojones, el whisky sin hielo y la cerveza caliente y sin espuma.
Ahora que ya sabemos que los camareros madrileños no son más que víctimas de su propia circunstancia, quizás seamos un poco más comprensibles con sus desplantes. Sin embargo, lo que yo nunca les perdonaré es que no sepan hacer carajillos.
2 comentarios:
chato ya te he agregado a mi lista de favoritos asi no se me olvidará leer.
ya te criticaré cuando te lo lea todo.
ciao.
Ya te puedo criticar algo, escribes "oyentes" igual seria más apropiado lectores pero ya se sabe de la libertad literaria
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