Muchos de nuestros lectores, al igual que el humilde juntaletras que teclea estas palabras, se habrán sentido descritos cuando hayan escuchado la expresión "No tienes vergüenza ni la has conocido nunca".
Sirve esta frase para referirse a los sinvergüenzas, individuos que proliferan sobre la faz de la tierra en estos tormentosos comienzos de milenio. Basta echar un vistazo a cualquier periódico y, mirando simplemente las fotos, darse de bruces con varias decenas de ellos. De sinvergüenzas de alto nivel, porque con sinvergüenzas de andar por casa uno se tropieza en cada esquina.
En fin, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, así que yo, como no quiero ser torero, pasaré a referirles a nuestros lectores (si los hubiere) cómo conocí la vergüenza, demostrando de este modo (de manera sibilina, bien es cierto) que, sobre el papel, no soy un sinvergüenza.
Principios de los ochenta, adolescencia incipiente, situación económica familiar no demasiado boyante, barrio problemático, supermercado de barrio, campaña publicitaria agresiva... Todos esos factores confluyeron para que el tontuelo que ahora firma este texto, entonces fuera un impresionable chavalín con dudas acerca de la frontera entre el delito, la gamberrada y la justicia a lo Robin Hood. Los sobres de Tang (Nota para los más jóvenes: polvos que al mezclarlos con agua se convertían en refresco de naranja) estaban en una zona especialmente poco vigilada del supermercado, y, sin premeditación ni hostias, para allá que me fui con cierto nerviosismo y pantalones anchos. Un sobre, dos, hasta tres... Huida demasiado presurosa y cuando estaba a punto de cruzar las puertas de la calle, una mano de cemento sobre mi hombro. ¿Adónde crees que vas, chaval?
Un interrogatorio de esos de las películas, con focos proyectando una luz amarilla sobre mi rostro, con humo de cigarrillos sobre mis ojos, policía bueno y policía malo, amenazas veladas, y no tan veladas... finalmente la fatídica llamada a mi madre...
¡Qué vergüenza pasé, amigos!
Yo sí la conozco, la vergüenza, pienso cada vez que escucho la frase que comentaba al principio. Yo sí la conozco, cómo no la voy a conocer: me pillaron robando sobres de Tang en un Superette.
5 comentarios:
Creo que, con esta historia, acabo de conocer la "Vergüenza ajena"... ¡¡qué sabiduria!! ¿Cuantas sensaciones y conocimientos más nos aportará este "robo"?
Hostias!, el superette (¿se escribía así?), ya ni me acordaba...
El caso es que con el tema de las cintas de casette y/u/o vinilos en el "cortinglés" (Pintor Sorolla, que antes sólo había uno) no nos pillaron, que si no yo también la hubiera conocido...
Leche!... donde os guardabais un LP (long play, para los no introducidos)?... eso más que pantalones anchos debian ser faldas de mesa camilla...
Qué dices, ni se guardaban ni ná, la cosa era "Toma el vinilo y corre", concretamente por la puerta más próxima (la que daba al parterre), y una vez en la calle tonto el último.
Otra variante era, ya que no venían plastificados, grabártelos y cambiarlo por otro LP alegando que te lo habían regalado y no te gustaban. Con el tiempo cambiaron esa norma, claro.
Yo por entonces era más de tomar prestadas cintas, que eran más manejables.
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