Otisberto Vontisen tenía una trauma con los ascensores: cada vez que viajaba en uno, al abrise la puerta cuando llegaba al destino, si alguien estaba esperando, se pegaba un susto de tres pares de cojones (media docena de huevos). Lo mismo le ocurría si era él quien estaba esperando al ascensor y al abrir la puerta para acceder a él, se encontraba a alguien que trataba de salir.
Por mucho que se mentalizara y se preparara y se concentrara, siempre, SIEMPRE le ocurría.
Así que se devanó los sesos durante mucho tiempo hasta que dio con una solución tecnológica realmente ingeniosa. Se trataba de un dispositivo que detectaba la presencia de carga dentro del ascensor y avisaba al que estaba esperando de que iba a salir alguien cuando se abrieran las puertas con un sonoro: ¡CUIDADO! Del mismo modo, ese dispositivo constaba de un mecanismo adicional que detectaba que había alguien esperando en el exterior y avisaba al que viajaba dentro del ascensor con otro grito de ¡CUIDADO!
Lo malo es que las prisas, que nunca son buenas consejeras, hicieron que Otisberto patentase el invento antes de perfeccionarlo. Lo que provocó que no le diese tiempo a incorporar un controlador de volumen de la señal de aviso.
El dispositivo dejó de comercializarse después de que se produjeran cuatro infartos de miocardio en los cinco primeros ascensores en que se instaló.
Desde entonces, y hasta el final de sus días, Otisberto adquirió la saludable costumbre de utilizar las escaleras.
2 comentarios:
Buenísimo!!!!!
Por cierto, hay un "abrise" como gazapo.
No sé qué me gusta más, si la historia de Otisberto (nombres que marcan), o el término liliputizar, que parece un pelín obsceno.
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