Isaías Levy era un hombre temeroso de Dios. Cada día elevaba sus plegarias al cielo y con frecuencia ayunaba y se autoinflingía suplicio para purgar las culpas de la Humanidad. Se le conocía por santo varón, piadoso y compasivo. Un buen día caminaba por la ciudad cuando su compasiónse posó en un ciego que pedía limosna en una sucia esquina. Al ver tanta miseria en un solo hombre, se dirigió a Dios en pensamientos y le dijo: "Señor, señor, concédeme el privilegio de curar a este pobre ciego. Dale mi propia vista si es necesario". Puso su mano sobre la cabeza del ciego e instantáneamente se veló la luz en sus ojos, al tiempo que escuchaba los gritos de júbilo del mendigo. "¡Dios mío!", se dijo Levy, "¡Estoy ciego!", y suplicó al mendigo que le ayudase, argumentando que él le había curado. Pero el mendigo le contestó: "No sé quién es usted. No le he visto en mi vida"; y se marchó. Lo que demuestra que aunque la compasión pueda curar a un ciego, no por haber estado ciego se ha de ser por fuerza imbécil.
(Gracias a quien me lo recomendó)
3 comentarios:
Ay Bernard, Bernard, quien te ha visto y quien te ve... que no puedes ni doblar la esquina sin ponerte ciego...
En realidad, doblar esquinas es una actividad que está infravalorada. No es tan fácil como la gente cree.
Hombre, lo de "¡no le he visto en mi vida!" es una aclaración innecesaria, considerando que el mendigo hasta el minuto anterior era ciego.
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