Mauricio Lacruz, relojero empedernido desde que su madre lo echó al mundo (se cuenta que nada más nacer se puso a arreglar el reloj de la comadrona, que retrasaba), tuvo siempre un sueño: fabricar un despertador silencioso.
Pretendía el buen artesano conseguir un ingenio mecánico que despertase al durmiente a la hora acordada, pero de buenas maneras, sin molestar, sin irritar y, sobre todo, sin chirriantes sonoridades.
Determinado a conseguir su quimera, Mauricio trabajó todos los domingos por la tarde en su taller durante cincuenta años, hasta que, satisfecho, llamó a su mujer, doña Faustina, para mostrarle el producto final de sus muchos años de trabajo. ¡Lo había conseguido!
Comercializó el artículo y, si bien podemos decir que al principio el éxito no fue rotundo, más adelante el fracaso fue sonoro (si se nos permite la broma). La gente aducía que el reloj silencioso no servía para nada, pues dormía confiada y no se despertaba a tiempo para llegar puntualmente a sus matutinos quehaceres diarios. Sí, es cierto que cuando llegaban, iban más relajados y descansados, pero eso no pareció una ventaja suficiente para los más de quinientos clientes descontentos que reclamaron la devolución del importe de la compra. Si tenemos en cuenta que las ventas, magras, ascendieron a quinientos doce relojes silenciosos se comprenderá la depresión en la que se sumió el pobre Mauricio.
Nuestro relojero no lo superó. Cuando era conducido al Psiquiátrico de Mondragón repetía sin cesar el soniquete "Pero si al final se despiertan..."
3 comentarios:
El pobre Lacruz tenía razón: "Si al final se despiertan..."
Qué poca consideración hay en el mundo.
Qué cruz que tenía el pobre Lacruz.
Una vez fallado el despertador, podría haber ido a por el dormidor, ´habría tenido más futuro.
En la historia falta concretar qué sucedió con los 12 clientes que no reclamaron la devolución del importe. Fuentes de toda solvencia han confirmado que todavía no son connscientes de la compra que han hecho, ya que... no han despertado todavía
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