Hace poco, hablando con unos amigos acerca de acensores y costumbres olvidadas, brotó una bonita historia de la nada.
Resulta que, en ciertas poblaciones del extrarradio madrileño (y quizás en otras zonas de la piel de toro), los preadolescentes, al poco tiempo de empezar a salir comenzaban a invertir parte de la paga semanal en vicios poco saludables, como pudieran ser el fumeteo y el borrachucismo. Vicios, por otro lado, reciamente imbricados en el folklore popular hispano, pero ese es otro cantar.
El borrachucismo se podía disimular, ante la vigilante censura paternal, aprendiendo a trazar una línea recta aun con las cejas empapadas en licor barato. Al fin y al cabo, la botella no te la tenías que llevar a casa (sólo su contenido, y, además, convenientemente asimilado en aparato digestivo y circulatorio).
El problema llegaba con el fumeteo.
[Modo Félix Rodríguez de la Fuente ON] El jovenzuelo fumino ibérico se veía propelido a esconder la cajetilla de tabaco antes de llegar a casa, de modo que sus progenitores no hallaran la prueba del vicio de su progenie, y, por lo tanto, pudieran tomar medidas drásticas de tipo disciplinario (sin descartar castigos económicos, más dolorosos si cabe). De modo que había que buscar un buen escondrijo para el paquete de tabaco, un lugar en el que estuviese seguro y del que fuese fácil recuperarlo el viernes siguiente, camino de la disco... Esto del Modo Félix Rodríguez de la Fuente cansa así que... [Modo Félix Rodríguez de la Fuente OFF]
El escondite favorito de los imberbes adolescentes españoles de finales de los ochenta y principios de los noventa fue el techo del ascensor. Había una zona, justo debajo del pláfon de iluminación de los todos ascensores ochenteros, donde se podía meter la mano y aparecía, siempre, indefectiblemente, uno o varios paquetes de Fortuna, de Ducados, de Lola o incluso de Bisontes (para Marlboro o Winston no había dinero).
Claro, el problema sobrevino cuando hubo algún pilluelo (que nunca falta, en estas ocasiones y en estos lares) que decidió que no hacía falta gastar parte de sus magros ingresos en tabaco, habida cuenta de que la barra libre del ascensor ofrecía, virginal, sus encantos. Hete aquí que, como por arte de ensalmo, comenzaron a desaparecer primero cigarrillos sueltos y luego cajetillas de tabaco enteras, ahorros impuestos a plazo fijo en la caja no tan fuerte del ascensor, paquetes adquiridos a precio de oro (del de entonces) con el sudor de la frente por todos los pequeñuelos pre-delincuentes que por entonces pululaban por todos los recreativos (billares, futbolines, máquinas comecocos, anals intruders, etc.) que estuvieran a menos de cien metros de un instituto de lo que entonces se denominaba bachillerato.
Un amigo, que desea permanecer en el economato, al que aquí llamaremos H., ideó una solución para este problema: esconder el paquete de tabaco detrás de un extintor.
Sin embargo, amigos, como el diablo tiene un descosido para cada roto (???), quiso la mala fortuna que H. se quedara sin escondrijo y sin tabaco el día que se produjo un pequeño incendio en el portal de su vivienda, y un vecino con ínfulas de héroe, echara mano del extintor para apagar aquel fuego, encontrándose un paquete prácticamente nuevo de Fortuna, exclamando para sí:
Resulta que, en ciertas poblaciones del extrarradio madrileño (y quizás en otras zonas de la piel de toro), los preadolescentes, al poco tiempo de empezar a salir comenzaban a invertir parte de la paga semanal en vicios poco saludables, como pudieran ser el fumeteo y el borrachucismo. Vicios, por otro lado, reciamente imbricados en el folklore popular hispano, pero ese es otro cantar.
El borrachucismo se podía disimular, ante la vigilante censura paternal, aprendiendo a trazar una línea recta aun con las cejas empapadas en licor barato. Al fin y al cabo, la botella no te la tenías que llevar a casa (sólo su contenido, y, además, convenientemente asimilado en aparato digestivo y circulatorio).
El problema llegaba con el fumeteo.
[Modo Félix Rodríguez de la Fuente ON] El jovenzuelo fumino ibérico se veía propelido a esconder la cajetilla de tabaco antes de llegar a casa, de modo que sus progenitores no hallaran la prueba del vicio de su progenie, y, por lo tanto, pudieran tomar medidas drásticas de tipo disciplinario (sin descartar castigos económicos, más dolorosos si cabe). De modo que había que buscar un buen escondrijo para el paquete de tabaco, un lugar en el que estuviese seguro y del que fuese fácil recuperarlo el viernes siguiente, camino de la disco... Esto del Modo Félix Rodríguez de la Fuente cansa así que... [Modo Félix Rodríguez de la Fuente OFF]
El escondite favorito de los imberbes adolescentes españoles de finales de los ochenta y principios de los noventa fue el techo del ascensor. Había una zona, justo debajo del pláfon de iluminación de los todos ascensores ochenteros, donde se podía meter la mano y aparecía, siempre, indefectiblemente, uno o varios paquetes de Fortuna, de Ducados, de Lola o incluso de Bisontes (para Marlboro o Winston no había dinero).
Claro, el problema sobrevino cuando hubo algún pilluelo (que nunca falta, en estas ocasiones y en estos lares) que decidió que no hacía falta gastar parte de sus magros ingresos en tabaco, habida cuenta de que la barra libre del ascensor ofrecía, virginal, sus encantos. Hete aquí que, como por arte de ensalmo, comenzaron a desaparecer primero cigarrillos sueltos y luego cajetillas de tabaco enteras, ahorros impuestos a plazo fijo en la caja no tan fuerte del ascensor, paquetes adquiridos a precio de oro (del de entonces) con el sudor de la frente por todos los pequeñuelos pre-delincuentes que por entonces pululaban por todos los recreativos (billares, futbolines, máquinas comecocos, anals intruders, etc.) que estuvieran a menos de cien metros de un instituto de lo que entonces se denominaba bachillerato.
Un amigo, que desea permanecer en el economato, al que aquí llamaremos H., ideó una solución para este problema: esconder el paquete de tabaco detrás de un extintor.
Sin embargo, amigos, como el diablo tiene un descosido para cada roto (???), quiso la mala fortuna que H. se quedara sin escondrijo y sin tabaco el día que se produjo un pequeño incendio en el portal de su vivienda, y un vecino con ínfulas de héroe, echara mano del extintor para apagar aquel fuego, encontrándose un paquete prácticamente nuevo de Fortuna, exclamando para sí:
- ¡Qué suerte! ¡Un paquete de tabaco casi lleno! ¡Y encima no tengo que pedir fuego!
(Gracias Héctor)
4 comentarios:
En este mundo hay dos tipos de personas, los que han aparecido en Ínfulas, y los que no.
Tengo que agradecer al autor haberme dado la oportunidad de poder ser del primero de ellos, aunque sea un poco duro que haya sido por fumar, sobre todo para un ex-fumador insoportable como yo.
Aprovecho la oportunidad para citar a mi amigo Mariano: "Viva el vino!!" (de Madrid, claro).
no me llames dolores llamame Lola... ya te digo, no sabe a que sabe el dolor quien no se ha fumado un susodicho.
Yo descosía un poco el forro de los abrigos, y escondía el paquete de tabaco (fortuna generalmente), dentro del forro de la chaqueta.
Lo chungo es que también se "escondían" dentro del forro las llaves de la moto,el mechero, la barra de labios, las llaves de casa, las monedas..., y aparte de ir con ruido cascabelero incluido, montaba numeritos muy curiosos cuando buscaba alguna cosa en los rincones de mi escondrijo :P .
Por cierto, dejé de fumar en 1989, qué tiempos!
(Del tabaco "Lola" me encantaba el paquete, era como de "girasoles", no?.
Que recuerdos de ese tabaco. Cuando empecé a fumar, a los 13 años y no tenia dinero para comprar una caja de tabaco (tenerla era todo un lujo)le ``robaba´´ a una amiga de mi madre cigarrillos LOLA y todavía recuerdo ese olor tan característico de ese tabaco, también recuerdo que mis amigos se reían de mí por el hecho de que nadie conocía ese tabaco, la verdad que ha sido la única persona a la que se lo vi fumar,y me encantaría otra vez poder fumarlo, lo he buscado por internet, y los precios de este tabaco están en euros, creo que si existe pero solo en lugares especializados supongo. me encantaría volver a fumarlo. gracias, me ha hecho mucha ilusión
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