Laudelino Seisdedos tenía seis dedos en cada pie. La gente le decía que gracias a eso su vida sería más estable pues de todos es sabido que la estabilidad en el ser y en el estar tiene como consecuencia una estabilidad en la vida. Laudelino, no obstante, tenía problemas lexicográficos pues no sabía cómo tenía que llamar a cada uno de los dedos extra que tenía en cada pie.
Laudelino, hombre fino, que tenía un olfato felino y adoraba los capuchinos, odiaba sin embargo los mocasines porque no acababan de rimar bien y porque le apretaban los pies. Era uno de los problemas de tener más superficie de soporte, que era complicado encontrar calzado cómodo.
Un día Laudelino encontró en un libro un aforismo que cambió su vida: Más vale morir de pie que vivir de rodillas.
Pero Laudelino, estupendamente dotado como estaba para cumplir con creces la primera parte del aserto, entendió todo al revés.
Y así fue como pasó el resto de su vida de rodillas.
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martes, 24 de septiembre de 2013
miércoles, 28 de enero de 2009
Las tronchantes aventuras de Salvador Barber
Salvador Barber se dejó barba desde bien jovencito. Pretendía estar preparado para cuando llegara el momento. Acudió a todo tipo de terapeutas, esteticistas y técnicos en la salud del cuero cabelludo. No, a él no le iban a pillar en bragas.
Todas las noches, antes de irse a acostar, se daba unas friegas y ponía sus barbas en remojo. Hombre precavido vale por dos, se decía.
Sin embargo, la ley de probabilidades, que es tan perra, quiso que Salvador fuese de las pocas personas que no llegase a ver jamás, en toda su vida, a ningún vecino al que le recortaran sus barbas.
Pobre Salvador. Para ese viaje, no eran necesarias tantas alforjas.
Todas las noches, antes de irse a acostar, se daba unas friegas y ponía sus barbas en remojo. Hombre precavido vale por dos, se decía.
Sin embargo, la ley de probabilidades, que es tan perra, quiso que Salvador fuese de las pocas personas que no llegase a ver jamás, en toda su vida, a ningún vecino al que le recortaran sus barbas.
Pobre Salvador. Para ese viaje, no eran necesarias tantas alforjas.
martes, 16 de septiembre de 2008
Las tronchantes aventuras de Jon Zumalacárregui
Jon Zumalacárregui era ex boxeador y muy sincero. Y un poco disléxico.
Había que tener una mandíbula de hierro para encajar sus puños como verdades.
Había que tener una mandíbula de hierro para encajar sus puños como verdades.
martes, 2 de septiembre de 2008
Las tronchantes aventuras de Matías Gromenauer

Matías Gromenauer iba para ministro pero se quedó en conserje por culpa de una gorra de plato dos tallas demasiado grande.
Si no llega a ser por esa gorra de plato demasiado grande, el canciller Otto Von Bismark, en su visita al Ministerio de Economía y Hacienda, del que Matías Gromenauer era conserje, hubiera percibido su aguda mirada y, sin duda alguna, le hubiera fichado para su equipo de trabajo.
Matías tenía muchas ideas. La historia hubiera cambiado.
martes, 26 de agosto de 2008
Las tronchantes aventuras de Persiles Silrepis
Persiles Silrepis tenía la mala costumbre de mirar a todo el mundo de lado. Lo peor fue cuando descubrió su lado bueno. En las conversaciones se comportaba como una brújula buscando el norte, lo cual desorientaba a sus interlocutores.
Sin embargo, su magnetismo atraía al presidente de la empresa donde trabajaba, que era ciego. Cuando se perfilaba como principal candidato a sucederle en el cargo algo le sucedió a Persi: un extraño y queremos creer fortuito accidente de paintball le dejó bizco.
Desde entonces trabaja en una panificadora.
Sin embargo, su magnetismo atraía al presidente de la empresa donde trabajaba, que era ciego. Cuando se perfilaba como principal candidato a sucederle en el cargo algo le sucedió a Persi: un extraño y queremos creer fortuito accidente de paintball le dejó bizco.
Desde entonces trabaja en una panificadora.
martes, 5 de agosto de 2008
Las tronchantes aventuras de Mireia Miralles
La delgada Mireia tenía unos ojos tan claros que su mirada era transparente. Mirándole a los ojos se podía conocer cuáles eran sus pensamientos. Hasta que un día, hasta de no tener intimidad mental, decidió calzarse unas gafas de sol, de esas con los cristales de espejo. Entonces podría haberse dedicado a enriquecerse en la bolsa. Sin embargo, le dio por pintar espejos.
jueves, 24 de julio de 2008
Las tronchantes aventuras de Guimersindo del Guindo
El sino del pobre Gumersindo estaba escrito desde el mismo momento en que su padre le dictó su apellido al funcionario del Registro Civil, al cumplimentar los reglamentarios trámites de inscripción del primogénito. Gumersindo recibió una educación esmerada, cariñosa y se puede decir, sin temor a equivocarnos, que tuvo una infancia feliz. Sin embargo, el terrible error de la familia fue no instruir a Gumer (como se le conocía en la intimidad) en Botánica. De haber tenido más conocimientos en esta materia, quizás, sólo quizás, no se hubiera subido al guindo. Y, claro, no se hubiera caído..
martes, 8 de julio de 2008
Las tronchantes aventuras de Pedro Grillo
Pedro Grillo siempre era muy razonable. Jamás cometía ninguna imprudencia. Era un tipo que tenía un roto para cada descosío. No sonreía nunca por miedo a ser malinterpretado. El concepto de riesgo estaba profundamente arraigado en sus cromosomas. Al cruzar la calle miraba hacia cada lado diez veces, primero una a la izquierda, luego otra a la derecha, después dos a la izquierda, luego dos a la derecha y finalmente siete a la izquierda y siete a la derecha. Todo el seguro mundo sobre el que Pedro Grillo había edificando su existencia se tronchó cuando le tocó la lotería.
jueves, 3 de julio de 2008
Las tronchantes aventuras de Wenceslao Pi
Wenceslao Pi (wп en lo sucesivo) era un profesor de matemáticas aficionado a la resolución de ecuaciones de segundo grado y a trepar árboles. Un día se subió a un boj y una de las ramas del árbol se tronchó, cayendo nuestro profesor al suelo como consecuencia de ello. Fruto de la caída wп se tronchó tres costillas. Durante su convalecencia en el hospital, recibió un presente: una caja de yemas de Santa Teresa revenías. En la nota adjunta a la caja de dulces se podía leer: “wп, no hace falta que te recuperes, tus alumnos te olvidan.” El estado de ánimo de wп se tronchó.
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