martes, 13 de junio de 2006

En defensa de... los maestros

La sección dedicada a la defensa de los colectivos tradicionalmente maltratados por la sociedad. Hoy dedicaremos esta sección de utilidad social a los maestros.

Casi todo el mundo odia a los maestros pero las razones aparentes para ello, una vez analizadas con cierto rigor, se desvelan insuficientes para justificar esa animadversión de la que son objeto las profesionales de la tiza y la pizarra.

Así pues, en esta sección nos encargaremos de sacar a la luz las razones por las cuales los maestros merecen tanto cariño y reconocimiento social como cualquiera de nosotros (en general, no hablo de mi mismo, pobre de mi). Y, si no lo conseguimos, al menos esta sección servirá para que si alguno de nuestros lectores está intentando ligar con alguien y empieza a desbarrar de los maestros y resulta que ese o esa alguien le espeta un “Pues mi padre es maestro”, pueda solventar la papeleta y salir del brete con torería y valor.

Introducido el tema, ataquémoslo de una vez por todas, ¡maldita sea!


La gente no suele respetar a los maestros. Esto es un hecho. Son las personas en las que depositamos la confianza sobre un tema tan importante como es la educación de nuestros hijos (el que los tenga) y, sin embargo, no los respetamos. Esto es así. Y no me venga ahora con el “¡Eh! ¡Eh! ¡Que yo sí respeto a los maestros!” ¡Mentira!

Nadie respeta a los maestros. Aún hay mucha gente que dice aquello de “Pasas más hambre que un maestro de escuela”. Resulta que los maestros tenían fama (muchas veces justificada) de tener unos sueldos bajísimos y, claro, normalmente eran paupérrimos. Con este refrán, además, se ponía de manifiesto que cualquier mindundi, por analfabeto que fuera, normalmente tenía más recursos que un maestro. Se estaba diciendo, de alguna manera, “tú tienes más cultura, pero yo tengo más pelas, jódete, je je je...”

Afortunadamente, creo que las cosas han cambiado, pero los maestros aún siguen siendo objeto de odio, en este caso, en forma de envidia, por culpa de la opinión generalizada de que es el oficio que más vacaciones tienen. Claro, todo el mundo piensa que los tres meses de vacaciones de verano que tienen los chavales, más todas las demás durante el curso, hacen un buen montón de días libres a lo largo del año. Cuando le he comentado esto a algún maestro me ha comentado que no todos los días de vacaciones son libres para ellos: hay algunos días que tienen que corregir exámenes o preparar temarios para el próximo curso. Vale, aunque sea así, dos meses de vacaciones no se los quita ni Dios. Y estoy seguro de que la mayoría de la población laboral vendería a su madre a cambio de dos meses de vacaciones al año. ¿Somos o no somos envidiosos, eh? (Ver glorioso extracto acerca de la envidia como deporte nacional en En defensa de... los farmacéuticos).

Luego está el poco respeto que tienen ahora los alumnos a los maestros. Supongo que con las últimas leyes relativas a la educación (cada vez peores), que han quitado autoridad a los maestros, es imposible hacerse valer ante los estudiantes y ni siquiera conseguir que te respeten.

Pero lo peor, en mi opinión, es el poco respeto que se tienen los maestros a sí mismos. Ya no se llaman maestros, sino profesores, y esto es un síntoma del poco orgullo que sienten por su profesión, ya que suponen que maestro, esa palabra tan bonita, es un término peyorativo y prefieren el mucho más neutro “profesor”. Claro, así es muy difícil conseguir el respeto de los demás. Aun así, hay que decir que los maestros son buenas personas, amigos de sus amigos y que si pueden hacerte un favor, te lo hacen sin dudarlo un solo instante...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabes lo que dices...en muchas de las cosas a las que haces referencia. Si esto es en defensa de los maestros que baje Dios y lo vea...

Pedro dijo...

Siete años después de la publicación de la entrada, por fin merece un comentario.

Si bien es cierto que el autor del comentario no parece entender la ironía que es tan propia a esta página. No obstante, me congratulo de la participación porque la comunidad es lo que hace la fuerza.